Capítulo XVI
El reptador era un vehículo bajo y cuadrado, que corría sobre unos rodamientos gemelos de duraluminio. Tenía también un «timón» esférico universal en su centro de gravedad para facilitar los giros. Atha había hecho unos cuantos cálculos de seguridad preliminares, obteniendo el resultado de que el vehículo permanecería relativamente estable en vientos de hasta ciento cincuenta kilómetros por hora, momento en que las cosas comenzarían a complicarse. En lo que a él se refería, Flinx no tenía deseos de comprobar prácticamente sus cálculos. Tampoco Malaika, aparentemente. Insistió en llenar todos los objetos vacíos en la máquina con objetos de peso. Si los vientos empeoraban de esa forma, todo los objetos que metiesen no servirían de nada. Pero por lo menos les serviría como apoyo psicológico.
No el menos importante de aquellos «objetos pesados» era un pesado rifle láser montado sobre un trípode.
—Solamente lo usaremos en caso —dijo el mercader— de que abrir la puerta presente mayores dificultades de lo previsto.
—Para ser un pacífico comerciante que viaja en su nave privada de carreras, parecéis haber almacenado todo un arsenal —murmuró Truzenzuzex.
—Filósofo, podría daros un largo y sensato alegato repleto de atractivas circunvoluciones semánticas, pero diré esto y nada más: estoy en un negocio altamente competitivo.
Lanzó una mirada desafiante al thranx.
—Como digáis.
Truzenzuzex se inclinó ligeramente.
Subieron a bordo del reptador colocado cerca de la escotilla de carga para minimizar la fuerza inicial del viento. En el gran crucero terrestre cabían todos cómodamente. Diseñado para transportar cargamentos pesados, hasta con los «objetos de peso» de Malaika, esparcidos por todas partes, había espacio en abundancia para moverse. En caso de aburrimiento, podía subirse por la escalera al compartimiento del conductor, con su cúpula de poliplexalloy y sus dos camas. Allí arriba había sitio suficiente para cuatro personas, pero Malaika, Wolf y los dos científicos lo ocuparon inmediatamente, y no se sentían inclinados a .abandonarlo. Así que Flinx tuvo que contentarse con las diminutas escotillas del compartimiento principal si quería contemplar el exterior. Se encontraba sólo con dos mujeres en los silenciosos espacios. Estas se sentaron en extremos opuestos de la cabina, lanzando de un lado a otro pensamientos asesinos. Hubiese sido difícil imaginar una atmósfera menos simpática. Por mucho que lo intentase, estaban empezando a darle dolor de cabeza. Prefería encontrarse arriba.
Estaban subiendo por la falda del farallón, zigzagueando cuando la pendiente era demasiado fuerte incluso para que los poderosos rodamientos de espigas las remontasen. Su progreso era lento, pero constante; la máquina, después de todo, había sido diseñada para ir del punto A al punto B; no para correr contra reloj. Hacía su cometido eficazmente.
Como se suponía, el terreno era blando y desmenuzado. Sin embargo, había más roca que arena. Los rodamientos se hundían profundamente y el motor gruñía. El terreno entorpecía algo su avance, pero les procuraba una excelente tracción contra los embates del viento, aunque a Flinx no le hubiese gustado tener que hacer frente a un verdadero huracán dentro de aquel lento artilugio.
Por fin coronaron la última elevación. Mirando hacia atrás en la distancia, Tse-Mallory podía adivinar las desmoronadas torres y agujas de la ciudad, oscurecidas por el eterno viento y por el polvo. Era más difícil ver aquí arriba. Gravilla, polvo y trocitos de madera procedentes de las robustas plantas aplastadas contra el suelo comenzaron a golpear la parte delantera de la cúpula. Por primera vez el aullido del viento se hizo otra vez audible a través del grueso parabrisas, sonando como un tejido desgarrándose en una habitación vacía.
Wolf miró el anemómetro.
—Ciento quince con cincuenta y dos kilómetros por hora, señor.
—Hubiese deseado algo mejor, pero podría ser peor. Mucho peor. Nadie va a dar paseos largos. ¡Upepokuu! En un vendaval nos las podemos arreglar. Un huracán sería desastroso.
Según avanzaban hacia delante desde el borde del farallón, el aire comenzó a aclararse lo suficiente para poder captar una imagen de su objetivo. No es que pudiesen perderlo. No había nada más a la vista, excepto una mata ocasional de algo que tenía el aspecto de algas secas. Siguieron rodando, amainando el viento según avanzaban al socaire del edificio. Tres pares de ojos miraban hacia atrás, atrás, atrás..., hasta que se hizo evidente que sería mucho más sencillo tumbarse y mirar hacia arriba. Únicamente Wolf, con los ojos fijos sobre el íablero de instrumentos del macizo vehículo, no sucumbió al atractivo del monolito.
Descollaba sobre ellos, desapareciendo en el cielo entre remolinos de polvo y nubes bajas, sin salientes ni ventanas.
—¿Qué huyukubwa? —consiguió susurrar Malaika finalmente.
—¿Lo grande que pueda ser? No podría decirlo —contestó Tse-Mallory—. ¡Tru! Entre todos nosotros, eres el que tienes una visión más aguda.
El filósofo estuvo callado durante un largo momento.
—¿En términos humanos?
Bajó sus ojos para mirarlos. Si hubiese podido guiñar un ojo, lo hubiera hecho; pero los párpados de los thranx sólo reaccionaban en presencia de agua o de una fuerte luz solar; por tanto, no podía. Sus improvisadas anteojeras prestaban a su rostro un aspecto desequilibrado.
—Bien, alrededor de un kilómetro de base a cada lado. Recordaréis que desde el aire parecía un cuadrado perfecto. Quizá... -Alanzó otra breve mirada hacia arriba— tres kilómetros de altura.
Los saltos y ligeras sacudidas que habían estado experimentando desaparecieron abruptamente. Se movían dentro del liso círculo blanco-amarillento sobre el que se centraba la estructura.
Malaika miró la sustancia que estaban atravesando; después volvió la vista hacia el edificio. El pesado reptador no dejaba huellas sobre la sólida superficie.
—¿De qué creéis que está hecho esto, de todas formas?
Tse-Mallory se le unió en la investigación ocular del llano terreno, —No lo sé. Cuando lo vi desde el aire, mi inclinación natural fue pensar en «piedra». Justo antes de aterrizar juzgué que más bien parecía «mojado» como ciertos plásticos pesados. Ahora que estamos sobre él, no estoy seguro de nada. ¿Cerámica quizá?
—Reforzada con metal, seguramente —añadió Truzenzuzex—. Pero por lo menos para la superficie, una cerámica de polímero seria ciertamente una buena adivinanza. Es completamente diferente de todo lo que había visto hasta ahora, incluso en otros planetas Tar Aiym. O si vamos a eso, de todo lo que pude ver en la ciudad cuando llegamos.
—¡Hum! Bien. Puesto que construyeron esta ciudad al socaire del farallón para que sirviera de rompevientos, no dudo de que hemos de esperar alguna mlango en esta cara de la estructura.
Como pudieron ver bastante pronto, había una y estaba allí.
A diferencia del resto del misterioso edificio, el material empleado en la construcción de la puerta era fácilmente- identificable. Era metal. Sobrepasaba en unos buenos treinta metros la cabina del reptador y se extendía por lo menos la mitad de esa distancia en cada dirección. El propio metal era desconocido, de un color gris apagado y poseedor de un extraño lustre cristalino, muy Semejante a las familiares nieblas de la patria para Flinx. El conjunto estaba varios metros rehundido en el cuerpo del edificio.
—Bien, ahí está vuestra puerta, capitán —dijo Tse-Mallory—. ¿Cómo entramos? Confieso una singular falta de inspiración.
Malaika sacudía la cabeza con asombro y frustración, mientras examinaba la entrada. No podía ver por ninguna parte señales de una sola juntura, soldadura o grieta.
—Condúcenos hasta allí, Wolf. Aquí no hay prácticamente viento. Tendremos que salir y buscar un botón o algo así. Si no encontramos-nada reconocible como un Hamad9r o una cerradura, tendremos que usar el rifle e intentar una entrada menos cortés —miró dubitativamente la maciza puerta—. Aunque espero que esa alternativa no sea necesaria. Conozco la resistencia de los metales Tar Aiym.
El problema fue resuelto sin ellos, según pudieron comprobar.
En algún lugar de las entrañas de la gigantesca estructura, una maquinaria largo tiempo dormida, pero no muerta, sintió la aproximación de un mecanismo artificial conteniendo entidades biológicas. Se desperezó soñolientamente, despertando de su descanso a los circuitos de memoria. El diseño y composición del vehículo que se aproximaba no era familiar, pero tampoco podía ser identificado como hostil. Igualmente las entidades en su interior no eran conocidas, aunque resultaba más claro que eran primitivas. Y entre ellos había una mente de clase A, así mismo desconocida, pero no hostil. ¡Y había pasado tanto tiempo! El edificio se debatió consigo mismo durante la eternidad de un segundo.
—¡Cuidado, Wolf!
El mercader había advertido un movimiento enfrente del reptador.
Con suavidad y silencio, consecuencia de la eterna lubricación, la gran puerta se separó. Lentamente, con el poder del tremendo peso, las dos mitades se separaron justo lo suficiente para que el reptador entrase con comodidad. Después se detuvieron.
—Utamu. ¿Se nos espera, quizá?
—Maquinaria automática —musitó Truzenzuzex transportado.
—Eso creo yo también, filósofo Llévanos dentro, Wolf.
Obedientemente, el silencioso hombre puso en marcha el motor, y el poderoso vehículo comenzó a avanzar estruendosamente. Malaika ojeó con cautela los lados de la estrecha abertura. El metal no era una hoja razonablemente fina. Ni siquiera moderadamente.
—Unos diecinueve o veinte metros de grueso —dijo Tse-Mallory tranquilamente—. Me pregunto qué es lo que querían mantener alejado.
—A nosotros no. aparentemente —añadió Truzenzuzex—. Podíais haber empleado vuestro juguete durante días, capitán, y quemarlo antes de arañar siquiera la puerta. Me gustaría probar con un SCCAM, simplemente para ver quién resultaría vencedor. Nunca he sabido de ninguna estructura artificial que se resistiese a un proyectil SCCAM, pero tampoco había visto nunca antes un bloque de metal Aiym sólido de veinte metros de grueso. La cuestión sin duda permanecerá siempre académica.
Quizá habían rodado unos cuantos metros detrás de la puerta, cuando ésta comenzó a deslizarse pesadamente, cerrándose detrás de ellos. El silencio con que esto se produjo fue fantasmal. Wolf miró interrogativamente a Malaika, con la mano sobre la válvula de estrangulación. El mercader, sin embargo, no parecía preocupado, por lo menos exteriormente.
—Se abrió para dejarnos entrar, Wolf. Creo que también lo hará para dejarnos salir. —Las puertas se cerraron—. En cualquier caso, ¿kwa nini preocuparse? Ya no importa.
Les esperaba otra sorpresa. A menos que estuviesen huecas —lo que difícilmente parecía verosímil con aquella puerta—, las paredes del material pseudocerámico tenían un grosor de unos ciento cincuenta metros. Mucho más de lo que se necesitaba simplemente para soportar el peso del edificio, a pesar de su enormidad. Más bien daba la impresión de ser un intento de impregnabilidad. Cosas semejantes habían sido encontradas antes en las ruinas de fortalezas Tar Aiym, pero nunca en una escala semejante a ésta.
Flinx no sabía qué esperar del interior. Desde el momento en que las grandes puertas se habían abierto, estuvo constantemente sondeando, pero no había sido capaz de detectar en el interior algo dotado de pensamiento. Y lamentaba que su visión fuese puramente lateral desde el reptador. No. podía imaginar cómo el interior podría sorprenderle más que el inigualado exterior.
Estaba equivocado.
Fuese lo que fuese lo que esperase en sus pensamientos más desbocados, no tenía nada que ver con la realidad. La voz de Malaika llegó hasta él desde la parte de arriba. Estaba ensordecida de una forma extraña.
—Katika, aquí todo el mundo. Atha, abre la compuerta. Aquí hay aire respirable y luz y ausencia de viento. No sé si creérmelo o no, aunque mi majicho me dice..; pero cuanto antes lo veáis...
No necesitaron discutir más. Hasta Sissiph estaba excitada. Atha gateó hasta la pequeña escotilla de personal, y todos miraron mientras rompía el triple sello, cortando el flujo de líquido en los tres puntos prescritos. La pesada puerta fue lanzada hacia fuera. La rampa automática se extendió hasta tocar el suelo y cuando hubo hecho un contacto seguro, zumbó una vez y se apagó por sí sola.
Flinx fue el primero en salir, seguido de cerca por Atha y los dos científicos, Malaika y Sissiph, y por último Wolf. Todos permanecieron en completo silencio ante el panorama desplegado ante sus ojos.
Por lo menos el interior del edificio resultaba hueco. Era la única forma de describirlo. En alguna parte allá arriba, Flinx sabía que aquellas masivas paredes se reunían formando un techo; pero por mucho que esforzase sus ojos, no podía percibirlo. El edificio era tan gigantesco que, a pesar de la excelente circulación, se habían formado nubes en el interior. Las cuatro enormes losas presionaban fuertemente su mente, aunque no su cuerpo. Pero sentir claustrofobia era imposible en un espacio abierto tan grande. Comparado con el perpetuo remolino de aire y polvo en el exterior, la completa calma de allí dentro recordaba una catedral. Quizá era eso, aunque sabía que la idea constituía más un producto del sentimiento provocado por esta primera visión que una probable verdad.
La luz, al ser destinada a ojos no humanx, era completamente artificial y teñida levemente de azul-verdoso, resultando más débil de lo que hubiesen preferido. La quitina naturalmente azul del filósofo lucía bien allí, pero hacía que los demás tuviesen un vago aspecto de peces. No se debía tanto a que la penumbra obstruyese su visión cuanto a que hacía parecer las cosas vistas a través de un cristal no completamente limpio. Reinaba una temperatura suave, más caliente que fría.
El reptador se había detenido porque no podía ir más lejos. Fila tras fila de lo que indiscutiblemente eran asientos y reclinatorios de algún tipo se extendían desde donde se encontraban. El lugar era un colosal anfiteatro. Las filas seguían, ininterrumpidas, hasta el otro extremo de la estructura. Allí terminaban junto a la base de... algo.
Echó una ojeada y arriesgó un breve sondeo de los otros. Malaika miraba apreciativamente los límites del auditorio. Wolf, a cuyo rostro había vuelto su permanente falta de expresión, estaba analizando el aire con un instrumento que llevaba en el cinturón. Sissiph se colgaba fuertemente de Malaika, mirando con aprensión entre el inquietante silencio. Atha mostraba casi la misma expresión de cautelosa observación que el mercader.
Los dos científicos estaban tan próximos al nirvana como era posible estarlo para unos científicos. Sus pensamientos se movían tan rápidos, que Flinx encontró grandes dificultades simplemente para sondearlos. Sólo tenían ojos para el extremo alejado de la gran habitación. Para ellos, la búsqueda había tenido sentido, aunque todavía no supiesen lo que encontrarían. Tse-Mallory escogió este momento para dar un paso adelante, con Truzenzuzex siguiéndole muy de cerca. El resto siguió en fila detrás de los científicos por la nave central hacia algo situado en el extremo opuesto.
No fue un paseo agotador, pero Flinx agradeció la oportunidad de descansar al final. Se sentó sobre el borde de la elevada plataforma. Podría haberlo hecho sobre uno de los asientos-lecho detrás, pero no estaban en absoluto diseñados para la fisiología humana, y sin duda eran tan incómodos como parecían.
Unas largas escaleras conducían hasta el estrado donde se sentó. En el extremo opuesto, una intachable cúpula de vidrio o plástico rodeaba un sencillo lecho sin adornos. Una gran puerta oval se abría en la cúpula de cara al auditorio. Era un metro más alta que el más elevado de los miembros del grupo y mucho más ancha de lo que incluso el copioso armazón de Malaika pudiese requerir. El mismo banco se inclinaba ligeramente de frente al anfiteatro. Una cúpula más pequeña, en forma de un vaso de brandy, se levantaba en parte sobre el extremo elevado. Gruesos cables y conductos llevaban desde allí y desde el fondo del reclinatorio hasta la máquina.
Esta sobresalía unos cien metros sobre ellos y recorría la longitud del auditorio, desapareciendo en-las curvadas esquinas. Mientras que el exterior de la estructura era fuertemente agudo, el interior resultaba considerablemente redondeado. Gran parte de la máquina estaba cerrada, pero Flinx podía ver discos y conmutadores captando la luz por detrás de las placas medio abiertas. Las que podía percibir, obviamente no habían sido diseñadas pensando en miembros manipulativos humanos.
Desde encima de las incoloras placas del metal de la máquina, una incontable profusión de tuberías coloreadas cromáticamente corría hacia el lejano techo. Azul, melocotón, rosa fuerte, marfil, púrpura, verde pálido, naranja, ébano, humo, blanco de oro, verde fresco..., todas las sombras y tonos imaginables y más de uno inimaginable. Algunas eran del tamaño del juguete de un niño, lo suficientemente pequeñas como para meter dentro un dedo. Otras parecían lo bastante grandes como para tragarse fácilmente al transbordador. En las esquinas se hundían en el material de la estructura. Giró lentamente y vio unas prominencias sobre las paredes extendiéndose hasta alcanzar la entrada e indicando la presencia de más tuberías colosales. Se recordó a sí mismo que podía estar seguro siquiera de que estuviesen huecas, pero de todas formas la impresión de que eran tuberías persistía. A veces sus talentos operaban de forma independiente respecto a sus propios pensamientos.
—Bien —dijo Malaika—. ¡Bien, bien!
Parecía inseguro de sí mismo, en un estado raro. Flinx sonrió ante dos pensamientos del mercader. El hombretón no estaba seguro de si debía alegrarse o no. Había algo. Pero no sabía lo que era y menos cómo lo comercializaría. Permaneció de pie mientras los demás estaban sentados.
—Sugiero que consigamos lo que necesitemos para nuestras inversiones —Truzenzuzex y Tse-Mallory examinaban todo muy detalladamente, y apenas le oyeron—. Esto excede de mi cabeza, y por tanto no está en mis manos. ¿Puedo esperar, gentiles señores, que logréis averiguar qué hace esto?
Agitó una ancha mano para abarcar lo que podían ver de la máquina.
—No lo sé —dijo Truzenzuzex—. Yo diría que nuestros amigos los Branner estaban acertados cuando hablaban de ello como un instrumento musical. Ciertamente tiene aspecto de serlo, y la disposición aquí —indicó el anfiteatro— tiende a soportar esa suposición. Pero por mis alas que todavía no puedo ni siquiera imaginarme cómo funciona.
Parece como el último producto de las peores pesadillas de un constructor de órganos que hubiera enloquecido —añadió Tse-Mallory—. No podría decirlo con seguridad, a menos que nos imaginemos cómo funciona.
—¿Lo haréis? —preguntó Malaika, esperando una respuesta afirmativa.
—Bueno, parece que todavía está por lo menos parcialmente en funcionamiento. Wolf registró la fuente de energía, y algo mueve las puertas, enciende las luces y conserva el aire fresco. No fue diseñado según concepciones que encontraríamos familiares, pero eso —señaló la cúpula con el reclinatorio que encerraba— se parece mucho a la estación de un operador. Es cierto que también podría ser un lugar de descanso para los muertos que quisiesen honrar. No lo sabremos hasta que investiguemos mucho más. Sugiero que traigamos aquí todo lo que necesitemos del transbordador. Será mucho más sencillo que salir corriendo en esta galerna cada vez que necesitemos una llave inglesa o un sandwich.
—¡Mapatano! De acuerdo. Wolf, tú y yo comenzaremos a traer las cosas desde el transbordador. Irá bastante rápido, una vez que descarguemos parte de esa basura que apilé dentro del reptador. Parece que vamos a quedarnos aquí un ratito, ¡hata kidogobaya!